Por Domingo Rodríguez Hilario
Resumen
El desarrollo capitalista mexicano ha
transitado por tres patrones de acumulación: el patrón de acumulación primario
exportador (PAPE), de sustitución de importaciones (PASI) y el
secundario exportador (PASE) o neoliberal. Este último hereda las
contradicciones principales (ausencia de inversión productiva y dependencia
externa) que se vienen arrastrando desde los dos anteriores patrones y los
lleva a un grado superlativo. Dichas contradicciones se manifiestan en
desequilibrios tanto fiscales como en la balanza de pagos, en la pérdida del
poder adquisitivo de los trabajadores, precariedad laboral, regresión en la
distribución del ingreso, desempleo crónico, incremento de la economía informal
y criminal, así como el estancamiento del Producto Interno Bruto (PIB). Por
esta situación el modelo se encuentra agotado. El 1º. de julio del presente año
se abre la posibilidad de iniciar un cambio de rumbo, un nuevo modelo, el cual
dependerá de la nueva orientación y de cómo se solucionen las tensiones propias
de un proceso de transformación.
Palabras claves: Desarrollo capitalista, patrón de acumulación, neoliberalismo, nuevo modelo
de desarrollo.
Introducción
A
partir del primero de julio del presente año (1j/18) existe en México una
sensación de cambio, lo cual se percibe en la opinión de los principales
columnistas y analistas de los diarios
de circulación nacional, en los programas de opinión de radio y televisión y,
por supuesto, también en la vox pópuli.
El México aletargado se ha movilizado masivamente a las urnas, y a su paso hizo
sentir la necesidad de dejar atrás a un régimen que ha beneficiado solamente a
unos cuantos a través de la corrupción, el clientelismo y la aplicación de
políticas de corte neoliberal. Ante esta situación se comienza a discutir y
delinear un nuevo modelo que sea capaz de recuperar el tiempo perdido (casi
cuatro décadas) para el desarrollo nacional.
En
estas circunstancias, se han creado grandes expectativas sobre una posible cuarta transformación nacional que ha
venido proponiendo el presidente electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y el
Partido Regeneración Nacional (MORENA). En este contexto cabría preguntarse: ¿Cuál es el margen de acción de una
propuesta alternativa al modelo neoliberal? La respuesta no es nada sencilla, si tomamos en cuenta que un cambio social no
necesariamente depende de un proceso electoral (coyuntural) y menos de la
actitud voluntarista de los electores, depende en mayor medida de condiciones
estructurales que van desde las internacionales (desarrollo del capitalismo
mundial), del ciclo de ascenso y agotamiento de los patrones de acumulación
nacional y de la correlación de fuerzas entre los actores sociales, entre otras.
El
objetivo de este ensayo es indagar sobre la posibilidad de un cambio “radical”;
una 4ª transformación, como lo ha venido pregonando AMLO y delineando en su
Proyecto de Nación 2018-2024 y en base al cual se pretende dar fin al modelo
neoliberal. Para
esto hago uso del método histórico-estructural haciendo
un recorrido muy general sobre el
desarrollo del capitalismo en México y exclusivamente a través de sus
diferentes patrones de acumulación,
en sincronía con el desarrollo del capitalismo a nivel mundial.
Sostengo
la hipótesis de que en México el patrón de acumulación capitalista de
sustitución de exportaciones (PASE), mejor conocido como neoliberalismo, se
encuentra agotado, por lo que hay condiciones para la emergencia de un nuevo
modelo de desarrollo. El
neoliberalismo se ha venido agotando desde hace prácticamente dos décadas,
durante el llamado subperíodo de estancamiento
estabilizador que corresponde a los últimos tres sexenios neoliberales,
gobernados por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto consecutivamente;
y durante los cuales hemos perdido la oportunidad de modificar el cambio de
rumbo. Este mismo agotamiento, que se pone de manifiesto por las contradicciones
del patrón de acumulación neoliberal;son
las manifestaciones del desarrollo capitalista en nuestro país y de la capacidad
hegemónica de las diferentes clases sociales que en él se van conformando y no,
como a menudo se piensa, producto de políticas económicas perversas o del poco
desarrollo del capitalismo.
El
trabajo lo dividimos en dos partes. En la primera hacemos un recorrido general
por los tres patrones de acumulación que han conformado el capitalismo mexicano,
acorde con el desarrollo del capitalismo mundial. Hacemos el supuesto que la
fase actual del capitalismo en México, con todas sus contradicciones, tiene sus
raíces en los diferentes patrones de acumulación por los que ha transitado la
economía mexicana y es desde ahí que podemos entender la posibilidad de
transitar a un nuevo modelo. En la segunda parte hacemos un análisis del patrón
neoliberal a través de sus principales indicadores económicos, los cuales nos
dan la visión de conjunto y sustentan nuestra hipótesis de su agotamiento. Por
último, concluimos con lo que serían las líneas generales para la emergencia de
un nuevo modelo de desarrollo económico que revierta los saldos negativos del
modelo en agonía. Dependerá de la forma en cómo se vallan resolviendo los
conflictos internos y externos, es decir; los obstáculos endógenos y exógenos
que impiden el desarrollo nacional dentro de un entorno internacional muy
contradictorio para este propósito.
En
este sentido, y siendo optimistas, después del 2018 las condiciones políticas
han dado un giro de 180 grados, AMLO, MORENA y con ello el pueblo de México han
recuperado la iniciativa estratégica y ahora el principal reto será romper los
obstáculos arriba mencionados. Para efectos del cambio de modelo de desarrollo,
habrá que concentrarse en planes y programas de largo alcance, dejar de ser
oposición reactiva y delinear un marco general propositivo, mucho habrá que aprender
de los países que han transitado por modelos diferentes al neoliberal del Consenso de Washington. Sirvan estas líneas para la reflexión de tal propósito.
1.- La “corta trayectoria”
del capitalismo mexicano: continuidad y discontinuidad de sus patrones de
acumulación.
El capitalismo
es el
modo de producción dominante en la formación social mexicana, la que se inserta
de manera tardía al desarrollo del capitalismo mundial, estructurándose en el de
forma periférica y dependiente en el último tercio del siglo XIX, consolidándose
con el régimen autoritario de Porfirio Díaz.
[5]
Existe un cierto consenso entre la escuela de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), los teóricos de la dependencia, marxistas y
neodesarrollistas;
de que e
n México al igual que en América Latina (AL), hemos transitado por tres
patrones muy generales de acumulación capitalista, que son: el Patrón de Acumulación
Primario Exportador (PAPE) que tuvo lugar en el periodo que va del último
cuarto del siglo XIX hasta los años 30s del siglo XX; el Patrón de Acumulación
de Sustitución de Importaciones (PASI) o desarrollista, el cual tuvo lugar de
los años 30s hasta los años 70s y el Patrón de Acumulación Secundario Exportador
(PASE) o neoliberal, el cual partió
de la década de los años 80s y se mantiene vigente hasta la actualidad.
Estas
formas estructurales que adquiere el proceso de acumulación capitalista
han dado forma al desarrollo de la economía y la sociedad en nuestro país, en
todo lo que va del último tercio del siglo XIX, todo el siglo XX y lo que va
del siglo XXI, enmarcado en la conformación del capitalismo como sistema
mundial. En la gráfica 1 y 2 podemos
apreciar estos tres modelos de acumulación a través de la evolución del
Producto Interno Bruto (PIB) y Producto Interno Bruto Per Cápita (PIB/PC). A lo
largo de sus tres periodos podemos apreciar claramente sus puntos de quiebre y
el desarrollo general del mismo.
De
esta manera, podemos ver a grandes rasgos que el PAPE mostró signos de
agotamiento desde el año 1900 y a partir de ahí fue muy inestable, esto último
se agravó durante el proceso revolucionario de 1910 y por la recesión mundial
del 29, por lo que su crecimiento promedio fue de 1.2 % anual.
El crecimiento promedio anual del PASI (1934-1981) represento un 6.1% y es la
fase del capitalismo mexicano de mayor crecimiento y desarrollo económico que
ha tenido el país. Por último el PASE o neoliberal tuvo un promedio de
crecimiento de 2.2% y es una fase del capitalismo prácticamente de
estancamiento.

De
igual manera y tomando en cuenta el crecimiento poblacional, el crecimiento del
producto por persona, es decir del Producto Interno Bruto P/C, durante el PAPE hubo
un pírrico crecimiento de 0.37%.
El crecimiento promedio anual en el PASI (1934-1981) del PIB/PC represento un 3.17%.
Por último el PASE o neoliberal tuvo un promedio de crecimiento de 0.29%. Por
esto último es que consideramos al capitalismo neoliberal como la fase de
estancamiento.
Veamos a mayor
detalle los elementos estructurales que explican el comportamiento general de
los tres modelos.
1.1.- El Patrón de Acumulación
Primario Exportador (PAPE), 1880-1933.
En
esta etapa la economía de América Latina logra su integración a la economía
mundial de manera periférica partir de la exportación de bienes primarios
requeridos por los países desarrollados (centrales) para su proceso de
industrialización. Esta situación generó un proceso de intercambio desigual, pues cada vez era necesario exportar mayor
número de bienes primarios para obtener la misma cantidad de productos
manufacturados por el centro, dándose un proceso de subdesarrollo en la región
y desarrollo en los países industriales. Así para autores como Osvaldo Sunkel y
Pedro Paz, el proceso que se vive es “(…) parte del proceso histórico global de
desarrollo; tanto el subdesarrollo como el desarrollo son dos aspectos de un
mismo fenómeno, ambos procesos son históricamente simultáneos, están vinculados
funcionalmente y, por lo tanto, interactúan y se condicionan mutuamente, dando
como resultado, por una parte, la división del mundo entre países industriales,
avanzados o ‘centros’, y países subdesarrollados, atrasados, o ‘periféricos’.(…)”
En
México esta modalidad de acumulación primario exportadora se da durante el
proceso de reconstrucción nacional independiente pero subsumida económicamente
por el imperialismo. Era una especie de neocolonialismo, caracterizado por la especialización productiva, la extraversión y la dependencia económica.
Su forma de desarrollo produjo el crecimiento de la agricultura y minería en
forma de enclaves de exportación, lo que propició la
aparición de las principales clases sociales en esta época: una abundante clase
de jornaleros agrícolas, la clase obrera en estado embrionario y la burguesía
(industrial y agrícola); esta última se integra al mercado mundial de forma subordinada,
con un patrón de consumo suntuario y sin un proyecto de desarrollo nacional.
Por estas características Gunder Frank la denominó lumpenburguesia. (Gunder Frank, 1971).
Este
patrón de acumulación produjo una polarización social con amplias consecuencias,
la cual fue irrumpida por la revolución de 1910. Sin embargo, esta forma de
desarrollo fue la característica principal de la realidad mexicana hasta 1932. Por
ejemplo, “en 1900 la fuerza de trabajo ocupada en la agricultura y la
ganadería, ascendía al 61.9%, para 1930 todavía ascendía al 60.2%. En la
industria manufacturera, México solamente empleaba el 13.6% de los trabajadores
y para 1930 empleaba aun el 13.4%. El 50% de los trabajadores laboraba en la
producción de alimentos y restaurantes” (Iglesias, 2002: 22)
El
objetivo de la élite del poder, en este periodo, era implementar la
modernización del país, inspirado en las reformas liberales; su connotación
ideológica era el liberalismo económico y el positivismo. Todo esto acorde con
el auge del capitalismo victoriano, denominado “la bella época” (Amin, 2000) y enmarcado en una segunda revolución
industrial que tenía como base la electricidad y el ferrocarril. No está demás decir, que el principal merito,
de esta élite, fue el de impulsar el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, la
principal debilidad de su proyecto modernizador es que era altamente
excluyente, por lo que muestra señales de agotamiento a partir de 1900. “Su
“talón de Aquiles” fue la falta de una política social y educativa, una reforma
agraria y una política de apoyo a la agricultura de subsistencia” (Suárez
Dávila, 2018: 15). Aunado a ello el anquilosamiento de la clase política y el
autoritarismo con la que se sostenía explican la crisis del régimen y el inicio
de una de las revoluciones sociales más importantes del siglo XX. Si a esto le
sumamos el agotamiento y recesión del capitalismo a nivel mundial de la segunda
y tercer década del siglo XX y el entorno de guerras mundiales, comprenderemos
como se fue allanando el camino para la reestructuración y el cambio de modelo
económico.
1.2.- El Patrón de Acumulación
por Sustitución de Importaciones (PASI), 1934-1981 y la larga fase expansiva de
posguerra.
La
crisis del 29 y la demanda mundial de bienes industriales incentivada por las
guerras, generaron el campo propicio para el cambio de modelo de desarrollo, el
cual fue sustituido por el Modelo de Sustitución
de Importaciones, coincidente con la aplicación a nivel mundial del modelo
de acumulación fordista-keynesiano,
que significó un gran impulso en el desarrollo del capitalismo en nuestro país.
También se abrió la economía al ingreso del capital extranjero en las ramas de
alto contenido tecnológico. La integración de AL y México a la economía
mundial, en esta etapa, “se ajustó a las tendencias de los países
desarrollados, que giraban en torno a la industrialización orientada a la
producción masiva de productos estandarizados típico del régimen de acumulación
fordista” (Gutiérrez Garza: 2003: 94). La regla de esta etapa fue el
proteccionismo en contraposición del librecambismo. El mundo experimentó un
crecimiento económico acelerado, situación que coincide con la onda expansiva
de los ciclos largos de Kondratieff.
A este periodo se le conoce como la larga fase expansiva de posguerra,
y no es más que otra de las fases de desarrollo socioeconómico por la que ha
atravesado el capitalismo. Pero en esta ocasión es comandada por la economía
norteamericana, es decir, en este periodo el desarrollo capitalista se realiza
con hegemonía de los Estado Unidos de Norteamérica, ya que este fue el país que
salió triunfante con la conflagración mundial.
El
alto dinamismo en la acumulación de capitales que se dio en esta fase y que se expresó
en el alto crecimiento de las economías, tiene sus fuentes en los siguientes
hechos: 1) la reconstrucción de Europa y Japón, que a través del plan Marshall y el plan Mac Artur significó una importante fuente de expansión de los
mercados y un gran incentivo a la demanda mundial, además fue una forma de cerrarle
el paso a la “amenaza comunista”; 2) la industrialización parcial en los países
periféricos (subdesarrollados) significó una importante fuente de demanda de
bienes durables y de capital, lo que marco la forma de integración de estos
países a la economía mundial en esta fase (la
dependencia); 3) las políticas macroeconómicas de corte keynesiano, que
estaban conformaban por políticas monetarias y fiscales expansivas y políticas
cambiarias activas, incentivaron a la demanda efectiva y la integración productiva
de las clases subalternas (campesinos y obreros) en el modelo de acumulación,
ya sea como fuente de creación de
excedentes y/o como fuente de demanda
de los productos industriales, razón por la cual se tuvo un desarrollo del
mercado interno; y 4) el Estado se erigió como centro dinamizador de la
acumulación del capital, no solo por su intervención macroeconómica, sino
también por la importancia del monto de su inversión en ramas estratégicas de
la economía, (como ejemplo en México está la expropiación petrolera y de la
industria eléctrica, la creación de infraestructura de comunicación, la reforma
agraria, etc.).
En
México esta fase coincidió con la concreción de las demandas de la revolución
mexicana plasmadas en la constitución ―la rectoría del Estado en la economía,
la reforma agraria, la expropiación de los recursos estratégicos de la nación,
la expansión de la educación pública y los servicios de salud, la necesidad de
elevar el consumo de las masas, etc.― y una coyuntura favorable en el ámbito
internacional, ya que por la guerra mundial los países desarrollados comenzaron
a elevar su demanda de productos básicos y de energéticos, lo que abrió una
oportunidad para la industrialización de los países como éste. De esta forma,
nuestro país entró a la fase de acumulación keynesiano-fordista
que por su integración periférica se expresó, más bien, como un modelo de SI,
entrando en una larga fase de crecimiento que se popularizo como “el milagro
mexicano”. Este “milagro” económico pasó consecuentemente por tres subfases que
son: el crecimiento con inflación (1934-1956); el desarrollo estabilizador (1956-1970);
y el crecimiento con inflación y desempleo (Labra, 1987: 38) o “desarrollo
compartido” (1971-1981). En esta última fase se mostraron los signos de
agotamiento del modelo y la acumulación de contradicciones del desarrollo
capitalista en sus dos modelos.
Si
queremos encontrar la clave más dinámica del modelo, fue el denominado pacto
social y que Carlos Tello caracteriza de la siguiente forma: “(…) En la
práctica, el Desarrollo Estabilizador fue una división del trabajo entre el
gobierno, por una parte y, por la otra, los empresarios, los obreros
(incluyendo maestros y burocracia) y los campesinos en la que cada quien ponía
algo de su parte. Los empresarios, incluyendo –a los banqueros–, se
comprometían a invertir, y mucho, y a cambio de ello tendrían utilidades
considerables. El gobierno les daría el apoyo necesario, incluyendo todo tipo
de subsidios, para que así fuese. El sistema tributario no gravaría en exceso a
las utilidades de sus empresas y los intereses y los dividendos mantendrían su
carácter de ingreso personal anónimo para fines tributarios. La industrialización
del país, que llevarían a cabo fundamentalmente los particulares con el apoyo
del sector público, se desenvolvería, en el capítulo de las manufacturas, bajo
un rígido sistema de protección (tarifas y controles cuantitativos) frente a la
competencia del exterior. A cambio de todo ello, los empresarios se
comprometían a dejar en manos del gobierno (en realidad en manos de la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público) todo lo relacionado con la definición
de la política económica y social y ciertas actividades clave para el
desarrollo nacional (i.e., energéticos). De surgir algún conflicto, se
resolvería en los corredores de Palacio Nacional (domicilio de la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público). De no llegarse a un acuerdo, se acudiría al
árbitro de última instancia, el Presidente de la República. (…) (Tello, 2010: 67:
68). Es en estas condiciones que México tuvo, lo que se considera hasta la
actualidad como la mejor etapa de desarrollo económico y se explica el alto
crecimiento del PIB promedio del periodo de 6.1% y 3.17% del PIB/PC
respectivamente.
También
podemos decir que otras claves del dinamismo fueron las políticas de orientación
keynesiana combinada con la economía neoclásica de mercado, por lo que es
prudente hablar que se aplicó el modelo de la síntesis neoclásica. Aunado a
ello se siguieron las recomendaciones de la CEPAL de planeación del Estado y de
compensar la escasez de ahorro interno con el ahorro externo, por lo cual se le
dio un papel importante a la inversión extranjera directa (IED) ahondando de
esta forma la dependencia con el exterior, ya que en México teníamos el mercado
de consumo y en el extranjero el mercado de bienes de produccióno
lo que en términos de la economía política significa: que en el MASI se logró
sustituir a gran parte del sector II (bienes de consumo) pero la mayor parte
del sector I (bienes de producción) lo seguíamos importando del exterior, esto
determina que “el impulso a la producción interna de bienes de consumo reclama
importaciones crecientes de bienes de capital, que incluso suelen traer consigo
que el coeficiente global de importación aumente” (Aguilar, 1975b: 57), lo que sería
la principal causa de los
desequilibrios y principal contradicción del modelo.
Reforzando
lo antes dicho: en 1952, “de una muestra de las principales empresas públicas y
privadas más grandes que operaban en México, las empresas multinacionales ya
controlaban el 54% de las ventas. Entre 1950 y 1969, la inversión extranjera
directa en México aumento 5.3 veces, de 566 a 3,023 millones de dólares, lo
cual representó una tasa mucho mayor que la del crecimiento del PIB del país.”
(Margáin, 1995: 98). En consecuencia, ya a finales de los años 60s e inicios de
los 70s, el modelo comenzó a perder dinamismo, lo cual se manifestaba en los
constantes desequilibrios de la balanza comercial; primero agropecuaria y
después de toda la economía; aunada a una crisis fiscal de gran envergadura. Por
todo lo anterior, el crecimiento del PIB se hizo más lento, razón por la que se
recurrió a constante endeudamiento externo con repercusiones en el alza
generalizada de los precios.
Otra
contradicción del modelo es el alto grado de oligopolización, ya que la
concentración del ingreso y el patrimonio hacen que la economía demande bienes
suntuarios (importables) y le genera restricciones por el lado de la demanda,
tan es así que Rolando Cordera y Clemente Ruiz Duran denominaron a esta etapa
como del desarrollo oligopólico (Cordera, 1980). De esta manera ya hacia
finales de 1968 “el 40% de la población más pobre recibía poco menos del 11%
del ingreso total (10.6%), mientras que el 10% más rico recibía cuatro veces
esta cantidad (42.4%). El coeficiente de Gini
se situaba alrededor de 0.54, y la distribución del ingreso de este año,
comparada con la de 1950 no había mejorado (Cruz Roa, 2011: 58, 59). Esto hacia
muy poco sustentable al modelo en el mediano plazo.
Las
condiciones imperantes en la década de los 70s (de desequilibrio) pudieron ser
subestimadas debido a un entorno interno y externo favorable para la economía:
en el ámbito externo, los excedentes de capitales comenzaron a presionar a los
países del tercer mundo para acomodarse en forma de deuda, por lo que se dieron
facilidades para recurrir al crédito internacional y los precios del petróleo
comenzaron a subir debido a la favorable negociación de los países que
conformaron la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP); y en el
ámbito interno, el descubrimiento de yacimientos de petróleo hizo posible la petrolización de la economía y la
adquisición irresponsable de deuda (situación que caracteriza a los gobiernos
de Luís Echeverría Álvarez y José López Portillo en el llamado desarrollo
compartido).
1.3.- Crisis del MASI e
implantación del Modelo de Acumulación Secundario Exportador (MASE) o
neoliberal, 1980-2018.
La
situación de bonanza en medio de las contradicciones de la década de los 70s cambio
a inicios de los años ochenta debido a la caída de los precios del petróleo que
tuvo como causa el cambio del patrón energético de Estados Unidos. Además, las
políticas restrictivas aplicadas por el gobierno de Reagan en ese país hicieron
subir de forma repentina las tasas de interés internacionales, por lo que
México se vio inmerso en una de las más grandes crisis de su historia, la crisis de pagos de 1982, situación
que ponía de manifiesto la decadencia del patrón de acumulación de posguerra en
nuestro país.
Esta
crisis económica se manifestó como una crisis financiera o de pagos, y tiene
sus causas en las contradicciones del patrón de acumulación de la fase
expansiva de posguerra; el primero y principal, que ya abordamos en el capítulo
anterior: que el proceso de industrialización no abarcó al sector I de la
economía, es decir, no sustituyó a la producción de bienes durables y la
industria pesada que seguía siendo importada, o lo que es lo mismo, el proceso
de industrialización quedó trunco (Fajnzylber, 1987). El otro aspecto
importante a considerar, es el hecho de que dentro del sistema capitalista de
producción no se puede sostener la acumulación dinámica con el sólo aliciente
de la demanda en el largo plazo, parafraseando a Kalecki: “a largo plazo, el
mayor poder de regateo salarial puede llevar a entorpecer e incluso anular el
mecanismo keynesiano. Así, cuando llega un momento en la posguerra en la que el
salario real comienza a crecer igual o más rápido que la productividad,
efectivamente la tasa de plusvalía se congela o cae, pero al aumentar el costo
unitario de la fuerza de trabajo, unido al impacto de las estructuras
oligopólicas, las presiones inflacionarias tienden a ser mayores con lo cual el
mecanismo keynesiano se torna disfuncional y obliga al reordenamiento
estructural” (González y Gómez, 2010: 119).
Aunado
a estas contradicciones que hicieron insostenible el patrón de acumulación en
el largo y mediano plazo, hubo en México otras más específicas; sobresalen los
hechos de que la industrialización sentó sus bases sobre la apropiación de los
excedentes agrícolas vía el intercambio
desigual, con lo cual se descapitalizó a este sector; el proteccionismo
indiscriminado le restó competitividad a la economía en su conjunto, la
oligopolización de la economía y la mala distribución del ingreso era un obstáculo
al dinamismo del modelo; los “altos salarios” y el gasto social disminuían
posibilidades a la expansión privada de la acumulación (lo que va contra la
lógica del capital); la estructura económica se volvió dependiente del
exterior, por lo cual muchos de sus excedentes salían del país (ya sea en forma
de pago de derechos y regalías, por el intercambio comercial desfavorable o vía
la deuda externa), lo que fue denominado por los teóricos de la dependencia
como la “nueva dependencia”. A todo esto se suma el hecho de que a finales de
los sesentas, en el ámbito internacional, comenzó una larga fase depresiva de
la economía capitalista mundial que bien se puede interpretar como la fase B
depresiva del largo ciclo Kondratieff.
Esta
larga fase depresiva que comenzó a finales de los años 60s e inicios de los
70s, tuvo su correlato internacional en medio de una crisis de sobreacumulación
y por ende de caída de las tasas de ganancia, por ejemplo, en los EU las tasas
de ganancias entre 1966-1970 eran del 7.7% y ya para 1971-73 eran del orden de
5.5% (Ayala, 1980). Esta crisis de sobreacumulación se expresaba de diferentes
formas: en el ámbito mundial como una crisis monetaria que derivó en la famosa
crisis del petróleo; en México se expresó como crisis fiscal y de la deuda. Las
políticas que se siguieron para solucionar esta situación, son las reformas estructurales neoliberales, las
cuales fueron la respuesta a la crisis del capitalismo, tanto a nivel mundial como
en los países en “vías de desarrollo” y en estas circunstancias México fue
presionado, con el ancla de la deuda externa, para firmar las cartas de intensión
del Fondo Monetario Internacional (FMI) y seguir las recomendaciones del Banco
Mundial (BM) que consiste precisamente en poner en práctica las reformas
estructurales que responden a las necesidades de reactivación de las tasas de
ganancia a nivel mundial y nacional; para esto, la burguesía mundial y nativa
decidió la puesta en marcha de un nuevo proyecto acorde a sus necesidades de expansión,
el denominado Consenso deWashington. Este
consenso tiene como principales políticas económicas las siguientes:
estabilizar la economía a partir de políticas
de choque para detener la estanflación.
Este era la finalidad del Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE) y
de todas las políticas de estabilización y de pacto que se siguieron.
En
síntesis, estas políticas significan la disminución del gasto social, la
aplicación de políticas económicas restrictivas (fiscal y monetaria), la
privatización de las empresas paraestatales, la apertura comercial y el
mantenimiento del tipo de cambio flexible pero controlado; en una segunda fase
las reformas estructurales consistieron en: la privatización de muchos
servicios que ofrecía el estado como educación y salud, la privatización del ejido
y la apertura comercial a partir de los tratados comerciales como la adhesión
al General Agreement on Tariffs and Trade ―en español conocido
como Acuerdo General sobre
Comercio y Aranceles (GATT) y que después se convirtió en la
Organización Mundial de comercio (OMC)― en el 86 y la firma del Tratado de
Libre Comercio (TLC) a inicios de los 90s, es decir, la integración de la
estructura económica mexicana a la globalización.
Todas
estas medidas tendían a la mercantilización de la vida social y dar un paso
atrás a las conquistas conseguidas por los trabajadores dentro del propio
sistema, es decir, son un intento por reestructurar al capitalismo y salir de
la crisis a expensas de las masas trabajadoras. “El ajuste, en este caso, busca redefinir los patrones de tendencia
de la distribución del ingreso. Es decir, se trata de redefinir el valor de
la fuerza de trabajo (esto es, aumentar la tasa de plusvalía) y el mecanismo
fundamental que inicialmente se aplica es el de una drástica reducción de los
salarios reales. Esto, a su vez, se logra por la vía de la coacción
extraeconómica (bayonetas) y la más propiamente económica (desocupación
estructural).” (González, 2010: 119)
El
objetivo, en nuestro caso, es la expansión del capitalismo norteamericano, como
bien lo han demostrado Arturo Huerta, Eduardo Margáin, Raúl Delgado y Oscar
Mañán (ver Huerta, 1991, Margáin, 1995 y Delgado, 2005). De esta manera, la
crisis del régimen de acumulación a nivel internacional obligó a las grandes
corporaciones transnacionales (GCT) a colocar sus productos y excedentes de
capital fuera de sus fronteras territoriales, con lo que podemos decir que
entramos a una nueva etapa en la economía mundial y latinoamericana que “sin
resolver los viejos problemas estructurales de desequilibrio entre los sectores
de la producción van apareciendo nuevas tendencias centradas en la
modernización productiva, la supremacía de los mercados y la supremacía del
capital financiero internacional, estrategias impulsadas por el neoliberalismo
y las leyes del mercado”. (Gutiérrez, 2003: 95). Es decir y siendo más precisos,
“los cambios estructurales que propicia la política económica actual se darán
en función de las necesidades del gran capital nacional y extranjero y no en
función de las necesidades de revertir las contradicciones del sistema” (Huerta,
1991: 166).
En
estas condiciones, el capitalismo contemporáneo mexicano se reproduce en el
ámbito mundial más que en el nacional, se trata ahora no de sustituir
importaciones sino de sustituir exportaciones, es decir, abocarse al mercado
mundial con nuestras ventajas competitivas y comparativas,
y sus características principales son: preeminencia del capital financiero y de
servicios sobre el productivo; el sistema ya no sólo tiende a la explotación
sino a la exclusión permanente ―debido al nuevo patrón tecnológico en el que se
desarrolla el capitalismo actual―,
por lo que existe el desempleo crónico, la economía informal y una tendencia a
la tercerización de la economía en detrimento de la industria; existe mayor
dependencia y sincronización de los ciclos internacionales de producción y
tendencia al estancamiento. Por todo esto, no sólo hemos arrastrado con las
contradicciones de los anteriores modelos, sino que estas se han profundizado; dependencia
y desequilibrio externo, caída del
poder adquisitivo del salario por la presión de los desempleados, regresión en
la distribución del ingreso, subempleo, precarización del trabajo e
informalidad, son mecanismos básicos del modelo para refuncionalizar la tasa de
ganancia ahora en un entorno transnacional.
2.- El Patrón de Acumulación
Secundario Exportador (PASE): continuidad y contradicción del desarrollo
capitalista en México.
A
más de 35 años del modelo económico neoliberal (PASE) los saldos han sido muy
desfavorables para la clase trabajadora y el pueblo en general, por ejemplo, se
sabe que del año 1976 (cuando el salario mínimo alcanzó su máximo histórico)
hasta la actualidad, el salario perdió el 74% de su poder adquisitivo, como
puede apreciarse en la gráfica 3.
Esto quiere decir que en 1976 el salario a precios de este año (2018) sería de
un total de 330 pesos, con lo cual nos alcanzaría para comprar 17 litros de
gasolina (precio de la magna $19.28), en lo que hoy sólo nos alcanza para
comprar 4 y medio con un salario de 88 pesos al día. Con ese mismo salario del
76, compraríamos más de 23 kilos de tortilla,
en lo que hoy solo nos alcanza para comprar un poco más de 6 kilos. Esto nos
demuestra cómo se ha venido deteriorando el ingreso de los trabajadores, pero
esto no es fortuito o accidental, es objetivo implícito del modelo, recordar
que la reestructuración capitalista es para recuperar las tasa de ganancia a
favor del capital.

De
esta manera vemos que las ganancias de los capitalistas, que en contabilidad
nacional equivalen a los excedentes de operación o utilidad bruta, han venido
creciendo, en contrapartida, la participación de los trabajadores en el ingreso
nacional disponible (IND) ha ido a la baja en todo lo que va del modelo
neoliberal como se muestra en la gráfica
4. “Con una metodología
comparativa, la OCDE indica que las remuneraciones salariales como porcentaje
del Ingreso Nacional Disponible representan (2015) entre el 50 y el 53% en
Estados Unidos, Canadá, Francia, China, Alemania, Reino Unido y Dinamarca; en
Suiza el 59.6%; y en México el 27.4%.En la otra cara, el excedente de operación
(la utilidad bruta de las empresas) sólo representa en esas economías avanzadas
entre el 33 y el 40% del IND. En México el 66.8%” (Márquez, 2018a).

Esta
misma situación se refleja en la distribución personal del ingreso, según las
Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) que realiza el
INEGI, la distribución del ingreso es prácticamente catastrófica, para el año
2016 el 10% de la población con mayores
ingresos concentraba el 36.30%, mientras que el 10% de la población más pobre
vivía con el 1.76% del ingreso. Si dividiéramos en dos grandes rubros a la
población total, el 50% de la población con más altos ingresos concentraría el
80% del ingreso nacional y el otro 50% de más bajos ingresos concentra apenas
el 20%. (ENIGH, INEGI, 2016). En estas condiciones el Coeficiente de Gini (en
base a la misma encuesta) es de 0.448. En este sentido se cumple el objetivo
implícito del modelo, que es reactivar las tasas de ganancia y la acumulación
del capital, ya que se ha dado una concentración masiva del capital, por
ejemplo, en 1994 la revista Forbes
reportó que la fortuna de los 24 magnates mexicanos favorecidos con el
salinismo ascendía a 44 mil 100 millones de dólares que equivalía al 11% del
PIB, ya para el 2007 este mismo porcentaje lo acaparaban sólo 10 magnates y equivalía
a 74 mil 100 millones de dólares (Fernández-Vega, 2007). Estos archimillonarios
que controlan los principales oligopolios del país, están asociados a los
nombres de Carlos Slim, Emilio Ascarraga, Salinas Pliego, Aramburuzavala,
Zambrano, los Sabas, la familia Servitje, Garza Lagüera, Sada González, Soberón
Kuri entre otros.
Por
otro lado y en contraposición del éxito de la estructura de acumulación
(concentración del ingreso y expropiación del fondo salarial por parte de la
clase capitalista), esta misma estructura es inviable para el desarrollo del
país, ya que contrae la demanda nacional, desincentiva la inversión y con ello
incrementa el desempleo, la exclusión y el estancamiento del PIB y el PIB/PC,
como lo pudimos apreciar desde la Gráfica
1 y 2. Así para México en lo que respecta al MASE, “a pesar del aumento
neto de los niveles de ahorro en la economía mexicana, éstos no se traducen en
tasas de crecimiento sostenido. La premisa de “generar ahorro y luego inversión
y crecimiento” en realidad no se cumple para el caso de México, debido a que
los niveles de inversión dependen más de la evolución de la demanda agregada,
la cual ha sido muy baja.” (Góngora, 2013: 12). Y cuando esto sucede (ausencia
de demanda) el ahorro no se canaliza a la inversión productiva, sino a la
especulación financiera y al consumo suntuario o despilfarro.
Tomando
en cuenta que la inversión es el motor principal de una economía y que en el
SCNM es el equivalente a la Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF),
en México este no ha crecido a un ritmo que pudiera arrastrar a la economía en
una espiral de crecimiento ni su monto respecto al PIB es suficiente, haciendo
una analogía “es conveniente analizar lo sucedido a partir del año 2000:
mientras que China registró, en promedio, 40% de FBCF como proporción del PIB y
tasas de crecimiento económico de 10%, México, con 20% de FBCF con respecto al PIB,
apenas consiguió superar la barrera de 2% de crecimiento promedio anual” (Góngora,
2012: 8). Y esta poca inversión, compuesta principalmente por el ramo de la
construcción de vivienda y maquinaria y equipo (esta última con un alto
componente importado), sigue “estando reservada para las grandes empresas y
corporaciones. El escaso financiamiento productivo en México explica, en gran
medida, por qué las importaciones y la inversión extranjera han desempeñado una
función cada vez más trascendental, en detrimento de la estructura productiva
nacional” (Góngora, 2012: 9). Abandonamos el desarrollo del mercado interno
para dar paso a la integración de eslabonamientos productivos globales
aprovechando la principal ventaja competitiva con la que contamos, la abundancia
de mano de obra barata. En esto invertimos el bono poblacional de la explosión
demográfica que se viene dando desde los años 70s.
La
escasa inversión y el poco crecimiento del PIB ha exacerbado el desempleo que
se venía arrastrando desde los anteriores patrones de acumulación, pero en esta
ocasión el fenómeno se ha agravado, debido a la diseminación del patrón
tecnológico de la tercera revolución científica y tecnológica. Al capitalismo
informático cada vez se le dificulta más absorber la fuerza de trabajo, por el
contrario entre más avanza éste, la situación se agrava.
Desde que estalló la crisis del PASI, hemos tenido un constante déficit de
empleos, como podemos apreciarlo en la gráfica
5. Ahí podemos ver que el sexenio que está por culminar, el de Enrique Peña
Nieto (EPN), es el de menor déficit de empleo de los gobiernos neoliberales; con
1 millón 850,936 personas en edad de trabajar las cuales no tuvieron acceso al
empleo formal. Muy similar al déficit que dejó Luis Echeverría de Alvares. Sin
embargo, del total de trabajadores
formales que se ubicó en 19 millones 418,455 personas en 2017, es decir unos
3.4 millones de asegurados desde 2012 a la fecha, el 74% de las nuevas plazas
no pagan más de 3,842 pesos.
“Resulta
difícil observar crecimientos sostenido a más de 2.5% y esto podría ser
relacionado en parte porque los salarios son bajos” (Navarro, 2018), además un
gran porcentaje de esta nuevas plazas simplemente se desplazaron del sector
informal al formal mediante un proceso de regularización, es decir no podemos
contarlas como empleos creados. En estas condiciones, la
población mexicana ha puesto en marcha “estrategias de sobrevivencia” que
consisten en: la emigración masiva (cruzan la frontera a los EU a razón de un emigrante mexicano por minuto), el empleo informal (que
representa el 30% de la población ocupada) y la economía criminal.

En
el mismo orden de ideas, el alto componente de explotación, exclusión y
estancamiento que tiene el modelo se debe a que las superganancias en nuestro
país no se reinvierten en la esfera productiva, más bien como lo ha venido demostrando
José Valenzuela Feijóo, alrededor de un 20% del aumento total de la tasa de
plusvalía, durante dicho modelo, se explica por la mayor productividad, pero el
80% de dicho incremento se explica por los menores salarios (Valenzuela, 2005). Ahora bien, ¿en dónde están esas superganancias acumuladas? el mismo
autor nos menciona que el 80% de estos excedentes se gasta en consumo
improductivo, es decir, se despilfarra. Este gasto improductivo, en la medida
que es una fuente de demanda (junto con las remesas y los ingresos del
petróleo), ha logrado, si bien que la economía no se derrumbe, pero no así ha
evitado que la economía se encuentre estancada.
Es
decir la acumulación de capital en México no se traduce en mayor inversión,
crecimiento del empleo y del producto, por lo tanto, decimos que el modelo se
encuentra agotado. Este agotamiento se traduce en un periodo de estancamiento
prolongado que abarca los últimos tres sexenios neoliberales y que Suarez
Dávila ha denominado estancamiento
estabilizador (Suárez, 2018).
Conclusiones: ¿Estamos
ante la emergencia de un nuevo modelo de desarrollo económico y social?
Los
patrones de acumulación de capital no son planteamientos voluntaristas o
intenciones maquiavélicas de gobiernos (nacionales o extranjeros), son eso, pero
sobretodo las consecuencias estructural
del desenvolvimiento del desarrollo del capitalismo, un modo de producción
que se ha mundializado y que por lo tanto, su lógica ahora se desenvuelve en el
ámbito global de la economía. Esta situación tiene sus bases materiales en la
larga fase expansiva de posguerra con su consecuente crisis y reestructuración;
la profundización de la internacionalización del capital, la cual fue acelerada
por una tercera revolución industrial (informática) y una nueva división
internacional del trabajo.
En
esta perspectiva, el planteamiento de un nuevo modelo de desarrollo realista
debe tomar en cuenta el hecho de que la reproducción del capital ahora se da en
el mercado mundial, y que cualquier intento de liberación del trabajo pasa
necesariamente por la recuperación de la perspectiva mundial de la lucha de
clases y las tensiones entre nacionalismo y globalización. Además que la forma
de reproducción del capital y la explotación de la fuerza de trabajo aparece
hoy, más oculta que nunca, esto debido a que las principales clases sociales
del capitalismo se desdibujan―por el nuevo régimen de acumulación flexible y el
nuevo patrón tecnológico― pero no desaparecen. Por eso también la lucha en la
actualidad es multiclasista y multifacética. En la actualidad, una propuesta alternativa
debe tomar en cuenta las principales características del capitalismo
contemporáneo, de lo contrario no se tiene idea de contra qué se lucha.
El nuevo gobierno tiene que contemplar más allá de una alternancia en el poder, un cambio de régimen
y un cambio de modelo de desarrollo que nos ayude a recuperar el
tiempo perdido al
que nos condujo la larga noche neoliberal. Un modelo que sea capaz de lograr el
tan anhelado despegue económico y social. Para eso “el
principal reto económico de la siguiente administración será romper el círculo
vicioso provocado por un modelo basado en el estancamiento estabilizador, de
ajuste fiscal restrictivo que ha provocado el sacrificio de la inversión
pública y privada” (Fernández-Vega, 2018), se requiere la
multiplicación de la inversión pública para crecer a por lo menos el 6% del PIB
y creando alrededor de un millón de empleos anuales y en esta forma ir cerrando
la brecha que tenemos con los países desarrollados.
En función de este objetivo prioritario, es
necesario hacer una reforma fiscal progresiva y redistributiva y hacer que las
grandes empresas nacionales y transnacionales dejen de evadir y eludir al fisco
a través de los regímenes especiales, los cuales significan el 14% del PIB, en
lo que la austeridad republicana y el combate a la corrupción, que plantea
AMLO, nos va a generar solamente un ahorro de 3% del PIB. Hacer
una inversión de por lo menos el 8% del ingreso nacional para educación y 2%
para ciencia y tecnología para lograr terminar con la dependencia tecnológica
del exterior. Lograr un estado fuerte que conduzca el desarrollo nacional y la
creación de un sistema financiero supeditado al objetivo del crecimiento y no
solo a la estabilidad macroeconómica, una política industrial y agrícola que
desarrolle encadenamientos productivos y fortalezca el mercado interno, la
soberanía y seguridad alimentaria a partir de la recuperación del empleo y el
poder adquisitivo de los salarios.
Esta es la única forma que asegura terminar
con el estado de privilegios, la pobreza y el clima de violencia a nivel
nacional en el mediano plazo y lograr el despegue socioeconómico ―como lo
han demostrado todos los países que han recorrido este camino (EU, Alemania,
Japón, China, Corea, Singapur) y son las lecciones que nos da la
historia económica mundial y de México, sobre todo en sus fases de crecimiento― y
es lo que asegura la permanencia en el poder del nuevo gobierno y el partido
MORENA. En este sentido, las medidas anunciadas por el presidente electo (la
austeridad republicana, combate a la corrupción y subsidios a los jóvenes y
adultos mayores) son un paso necesario pero no suficiente para trascender a un
nuevo modelo de desarrollo. Dejamos aquí esta aseveración para los próximos debates
que, en hora buena, se vienen.
“El próximo mandatario dijo… que “está terminando un modelo que se aplicó por más de 30
años y que, como es evidente, no ha funcionado; una política económica
fracasada”. El neoliberalismo, agregó, ha dejado cifras poco
alentadoras en lo económico, en lo social, en la seguridad y en lo científico.”
(La Jornada, 2018). También en un documento que se elaboró para promover el
PN18-24, se dice que este proyecto tiene como objeto: “generar políticas
públicas que permitan al país romper la inercia de bajo crecimiento económico,
incremento de la desigualdad social y económica y pérdida de bienestar para las
familias mexicanas –tendencias que han marcado al país en los últimos 35 años–
y emprender un cambio de rumbo.” (MORENA, 2018: 7).
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